jueves, 14 de noviembre de 2024

EL DESAYUNO DIARIO

 


Cada día muchos limeños inician su vida muy temprano trasladándose de sus hogares a sus centros laborales en un peregrinaje que puede durar más de una hora; pero antes de abordar el bus en los paraderos o al bajar, en una esquina cercana a su trabajo siempre va encontrar al "casero" que le venderá el desayuno o el complemento de éste.

Son cientos o quizás miles  que instalados en kioskos o carretillas hacen empresa, ante la mirada despreocupada de quienes tienen que velar por la salubridad de lo que se vende, el cumplimiento de las leyes laborales de quienes trabajan ahí o la emisión de los respectivos comprobantes de pago por las ventas realizadas.

Pareciera una broma lo que decimos pero es lo que se exige a cualquier persona que abre un restaurante o cafetería de cualquier tamaño, teniendo éstos que asumir los altos  costos de ser formales, algo que ni por asomo el informal se tiene que preocupar.

Surge entonces la pregunta si hay que reducir las exigencias a los formales o que los informales se adecuen a un orden con requisitos más razonables a la dimensión de su emprendimiento.

Sin embargo, habría que preguntarse además qué porcentaje de informales podrían soportar adecuarse a formalidad. No todos trabajan para subsistir. Tras ellos hay una cadena de proveedores de todo tipo que probablemente hasta crédito les dan. Los hay desde quienes les venden los panes, los huevos, embutidos, aceite, paltas, envases, cereales y otros.

¿Algún genio oenegero ha medido el impacto de este sector que vende desayunos desde las 5  hasta las 10 de la mañana? ¿SUNAFIL sabrá cuántos trabajan part-time hay sin ninguna protección? ¿Las municipalidades tan "preocupadas" en cerrar negocios formales habrán hecho un mínimo examen bromatológico de lo que se expende en los kioskos o carretillas?

Es hora de empezar a ordenar a quienes amparados en la falacia de "la pobreza de los informales" se niegan a poner el cascabel al gato y iniciar la formalización de nuestra economía. Partamos por entender la lógica de este negocio y preguntarse quienes están detrás de él, dónde viven y hasta dónde guardan sus carretillas o kioskos y nos encontraremos con una realidad que no es la que nos venden algunos "estudiosos" de la informalidad que por décadas han lucrado con ello sin finalmente encontrar soluciones que hagan posible formalizar una economía subterránea que no es ni tan pequeña ni pobre. Y si lo dudan, saquemos números.

En Lima habrá un millón de clientes y si hacemos una aproximación, cada punto de venta tiene un promedio de 200 consumidores (5 mil kioskos) que pagan un ticket promedio de 5 soles (2 sánguches y una avena o quinua). O sea cada kiosko vende en promedio mil soles diarios a lo largo de un mes de 25 días. Ojo; muchos cobran vía digital.

Además cada emprendimiento tiene un promedio de 3 trabajadores (incluyendo el propietario) o sea unos 15 mil empleos directos; sin contar la cadena de proveedores relacionados. 

Un simple cálculo  nos da un promedio de 1500 millones de soles de ventas anuales y unos 250 millones de impuestos no recaudados directamente ¿Es poca cosa?; y eso que nos estamos quedando cortos en el cálculo.

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