sábado, 2 de septiembre de 2023

LIMA Y LOS LIMEÑOS

Hablar de Lima y los “limeños” siempre ha sido motivo de largas discusiones. Algunos, muy pocos ya, hablan del auténtico “limeño mazamorrero”; hoy, la gran mayoría, hablan del limeño emergente, del aquel que es producto de un crisol de razas y culturas. Lo impensable es ya realidad; expresiones musicales la cumbia se escucha por igual en Asia como en “El Huaralino” y el “tallarín a la huancaína” o la quinua antes denostados hoy ya forman parte de la carta de los restaurantes “top”.

Si retrocedemos a 5 mil años atrás, podríamos estar frente a uno de los habitantes que formaron parte de los inicios de la civilización del Perú  y que habitaban la zona de la huaca “Paraíso”. Lima fue por muchos años el centro de un conjunto de centros religiosos cuyos restos se esparcen a lo largo y ancho de la actual capital del Perú. Con la llegada de los Incas, como algo único, coexistieron la adoración al Sol y al dios Ishma en Pachacamac, 20 kilómetros al sur de Lima.

Luego de una fallida fundación de la primera capital del Virreinato (en Jauja), el valle del Rímac fue elegido para ser sede de la capital del más importante Virreinato de América. Con la llegada de los españoles, vinieron los negros convertidos en esclavos, la religión católica y sus congregaciones que dieron origen a una intensa vida no solo religiosa sino también cultural. Un ejemplo de ello fueron los ritos que aquí se fundieron con los incaicos y dieron origen a una religiosidad “sui generis”.

Gran parte de las costumbres culinarias de la llamada comida criolla de hoy provienen de la colonia, tanto la  que provenía de la gente pobre como los dulces y los platos “más gourmet”.

Con el inicio de la lucha emancipadora y la República, se dio inicio a una serie de migraciones, las que aportaron nuevas costumbres, emprendimientos, modas y otros. En un lapso de 40 años llegaron primero los chinos y luego los japoneses. Las primeras fábricas se instalaron y los italianos abren las primeras panaderías, la mayor parte de ellas ya cerradas como “Elio Tubino, Malatesta o La Virreyna” y la aún existente en la calle de Los Huérfanos, que lleva ese nombre, entre otras.

Con la llegada del siglo XX, la ciudad experimentó profundos cambios. Las avenidas se ensancharon, se construyeron plazas y Lima comenzó un proceso de crecimiento. Los Barrios Altos fueron sede de hermosas casas como la Quinta Heeren y el barrio de Santa Beatriz fue el inicio de la proyección del centro.

Sin embargo ese “desarrollo” significó también la destrucción de la “muralla y puertas de Lima”, el arco morisco al inicio de lo que es hoy la avenida Arequipa así como la necesidad de nuevos medios de comunicación como los tranvías que unían el Centro con los balnearios del sur (Miraflores, Barranco y Chorrillos) así como con el Callao.

Un hito importante fue el Centenario de la Independencia que dio origen años antes y durante esa época a la construcción de parques y plazas como la Plaza Francia y la 2 de Mayo, la construcción del antiguo Estadio Nacional, y alamedas con hermosas casas como el Paseo Colón, la consolidación del Parque de la Exposición y la Reserva y una intensa vida social y cultural cuyos íconos fueron el antiguo Palais Concert (hoy convertido en una tienda de departamentos), el Hotel Bolívar, los bares Morris y Maury.

A raíz de una columna del antropólogo Raúl Castro, quien reseña ideas centrales de “Lima imaginada” de Javier Protzel, hemos estado pensando sobre qué nos distingue y qué nos une a los limeños.

Castro resalta la idea central del libro de Protzel, quien sostiene que “los limeños tenemos una incapacidad colectiva de percibirnos como un cuerpo o un todo, y que no tenemos, asimismo elementos simbólicos que nos identifiquen en torno a las identidades contemporáneas que hemos moldeado”. Sobre la base de una encuesta de el Grupo de Opinión de la Universidad de Lima concluye que lo que nos une a los limeños es finalmente la nostalgia, el pasado con raigambre colonial y lo que el denomina “el pasado presente”.

Sin embargo discrepamos en el sentido que ya no podemos hablar de “una Lima” ni un “limeño prototipo” y que si hay elementos no solo del pasado que nos unen muy a pesar de algunos.

Ya no es la época en que la Plaza de Armas congregaba a la sociedad o ésta caminaba con lo “mejor del baúl” yendo de compras por el Jirón de la Unión. Tampoco los sesentas existen ya en torno al Mercado Central ni la Lima que comenzó a crecer hacia sus afueras, que era una y y hoy son “varias” Lima.

Hoy en la Lima de sus grandes centros comerciales, del Metropolitano o de su Tren Eléctrico confluyen “nuevos limeños” que ya no buscan referentes en calles, casonas o plazas sino que crean estos referentes en su comida (la papa a la huancaína con el tallarín), en la música (la cumbia que se toca en Comas o en Asia), en sus aulas (una explosión de universidades se ha dado en los últimos años), en sus costumbres de compra, en sus multicines.

Una clase media renacida y fuerte asoma como un factor homogenizante. Los que hace poco llamaban ambulantes; anteayer informales; ayer, microempresas; hoy les llaman “emprededores”, que generan riqueza y empleo. Gamarra es el punto donde van desde el pobre hasta el aspirante a rico. Esto es lo que une a Lima.

Otro factor que ha unido a la ciudad es el boom inmobiliario. En los barrios medios, hoy se levantan cada vez más edificios como en las avenidas que cruzan los distritos “A” y el parque automotor, ayer con más de 20 años de antigüedad, hoy se renueva con mayor velocidad.

Hoy luego de un momento en que la sensación era de prosperidad y un mejor porvenir; 10 años después millones quieren irse y el panorama es de nuevo sombrío. Hoy volvemos a sentir que nos falta mucho por avanzar, nadie ya piensa que estamos en la mejor etapa de la vida del Perú y que es importante la presencia de "referentes comunes". Es hora de crearlos y recreados a diario, pensando no solo en el corto y mediano plazo sino en el largo plazo, el del Perú Eterno.

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