sábado, 25 de noviembre de 2023

EL ULTIMO TREN

 


Tras 12 años de gobierno militar (Septenato 1968-1975 y Segunda Fase 1975-1980) se esperaba que el gobierno elegido democráticamente empezara a desmontar completamente un Estado "empresario" omnipresente. Sin embargo no fue así. Tan solo algunas medidas económicas permitieron la apertura parcial de la economía, pero todo la enmarañada estructura de empresas estatales siguió existiendo. El Estado seguía siendo no solo el gran empleador sino el ineficiente asignador de recursos y pésimo prestador de servicios de Educación, Salud, Justicia y Seguridad (no olvidemos que en este periodo se inicio el ataque terrorista).

La existencia de empresas estatales se explicaba -pese a sus permanentes déficits y pérdidas- pues eran financiadas con "la máquinita", por ende déficit fiscal y un proceso inflacionario que explotó en 1987 convirtiéndose en una hiperinflación desbocada.

Lo que vivimos, lo vive hoy Argentina con sus propias pecualiridades como la existencia de millones de "planeros" y de "punteros", que han convertido la pobreza en un gran negocio.

La salida que tuvimos en 1990 logró  primero estabilizar la economía y luego transformar al Perú en un país que caminaba a ser "un tigre de Sudamérica". Pero todo quedó inconcluso; las grandes reformas de segunda generación no se llevaron a cabo y medidas populistas volvieron aplicarse entre 1995 y el 2000.  Pese a todo el estatismo fue derrotado y la iniciativa privada se transformó en el eje que movía al Perú. No obstante lo principal fue que la gran mayoría entendiera que el Estado tenía un rol subsidiario y no era "el padre que daba todo lo que necesitábamos".

Sin embargo, pese haber tenido gobiernos liberales en lo económico, no se llegó a extirpar la presencia estatal en  empresas como por ejemplo PetroPerú, Sedapal y la Refinería de Talara por el vetusto criterio de que eran "empresas estratégicas", cuando solo son botín de un estado corrupto aprovechado por los sucesivos grupos que gobiernan el pais hasta ahora. 

Hoy el Perú requiere un gran shock moralizador y uno auténtico proceso de modernización del Estado a fin de que cumpla su rol con eficiencia en provecho de los ciudadanos. De igual forma lo tiene que hacer Argentina, iniciando un proceso estabilizador de shock, una verdadera "lavada de cabeza" a los argentinos y de igual forma que nosotros, la modernización del Estado.

De no hacerlo, tanto nosotros como ellos, caeremos al precipicio del caos y miseria. 

El tren está por pasar de nuevo y quizás sea el último al cual debemos trepar para no perder ña oportunidad de ser países viables.


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