Es muy fácil negar o justificar pasadas militancias en organizaciones terroristas o sus fachadas.
El paso del tiempo es el mejor aliado junto con una intensa campaña con la que se ha "reescrito la historia" gracias a libros, películas, obras de teatro o lo hecho desde comisiones dizque "de la verdad". Todos ellos han santificado a asesinos como el tupamaro Mujica, aliados del comunismo como Allende o terroristas como Guevara (a) el Che. En el Perú no estamos exentos de ello. Heraud, Blanco o cómplices como Diez Canseco, Letts y Simons son poco menos que "santos".
Todo ello viene a cuenta debido a la negada militancia juvenil de la candidata argentina Bullrich en organizaciones de fachada de los terroristas montoneros, quienes junto al ERP desangraron Argentina en los 70s y obligaron a una justificada represión.
Decir que esa militancia fue hace años, no la exime de los muertos que acarreó su participación. Al igual que en el Perú, justificar ésta arguyendo que "no dispararon" es un cobarde pretexto.
Muchos de los que participaron en los movimientos terroristas en su juventud dicen que lo suyo fue "una genuina lucha por los intereses de los más pobres". Se llaman "luchadores sociales" y que "la rebelión se justificaba" (sic).
Es por ello que hay que enfrentar a quienes tienen las manos llenas de sangre (por acción o cobarde complicidad). Al pan, pan; al vino, vino.
El caer en la estupidez de justificar o pretender cambiar la historia es simplemente ser parte de la maquinaria con la que el terrorismo comunista pretende volver a infiltrar a la Sociedad (incluso a instituciones como la Iglesia Católica), "voltear el recodo" (al que se refería el asesino Guzmán) y reiniciar "la lucha armada".
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