Hay quienes padecen alguna enfermedad cutánea que afecta su amor propio pero eso deja de ser secundario cuando se tiene el alma podrida por la traición; mácula que no se borra con ninguna crema especializada ni por ninguna cirugía.
La traición se puede dar a todo nivel como en aquellos días en los que el Coronel Belaunde no tuvo agallas y no supo afrontar el reto histórico en la Guerra con Chile. Pasaron los años y otro miserable -en plena crisis del covid- antepuso sus raterías a la salud de millones de peruanos comprando pruebas "rápidas" inservibles o no comprando algo tan necesario en aquellos días como era el oxígeno.
Hay otras traiciones, no tan trascendentes pero igual de viles, como creerse "el guapo de la fiesta" e intentar faltarle el respeto al compañero de colegio de toda la vida; justo cuando se celebra un aniversario de una amistad a la que se mancilla.
También hay otras traiciones como las viles pequeñeces de festejar derrotas porque se piensa que con ellas abona a los mezquinos intereses de "los judas".
Las grandes traiciones no se olvidan y son castigadas con el desprecio de la Historia como paso con el francés Petain y los colaboracionistas, muchos de los cuales terminaron pagando con su vida.
Las pequeñas, las anecdóticas pero igual de ruines pasarán al desván del olvido y su recuerdo solo traerán el desprecio a quienes atentan contra el noveno mandamiento, por citar una de tantas. Muchas veces estos "judas" no requieren de mayor castigo; basta con que se miren en el espejo para comprobar de que "barro" están hechos.
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