En los años de gloria del turf peruano el gran Augusto Ferrando Quiriquiño narraba los clásicos llevados a cabo en el hipódromo de Monterrico. "Entran a la recta final", decía con emoción cuando los nobles caballos pugnaban por llegar a la meta.
Hoy el Perú entra a la recta final pero no para llegar a una meta sino para volver a sumirse en una grave crisis política.
Ayer, entre gallos y medianoche, la Fiscalía con el apoyo policial intervino violentamente en la casa de la aún Presidente Boluarte para buscar pruebas que ella se niega a mostrar. Horas más tarde intervenían el propio Palacio de Gobierno. Han pasado doce horas y Boluarte no dice nada que sirva de descargo sobre una serie de probables ilícitos cometidos (expresados en joyas, relojes, cuentas,bancarias, cirugías estéticas y otros).
El tema no es de ahora sino de poco más de dos semanas. Hasta la intervención de anoche, la Presidente Boluarte no ha mostrado una sola prueba con la que hubiera podido defenderse; todo lo contrario. Ha interferido y obstaculizado a la justicia.
Desgraciádamente la oposición democrática se volvió en su gran mayoría "dinista", defendiendo sabe Dios qué intereses. La derecha llamada a luchar contra la corrupción y el desgobierno es una expresión de cobardía y complicidad, la que alguien bautizó como "la derechita cobarde".
Aquí no cuenta quién lo dijo o quiénes impulsan esa crisis. Lo qué importa es saber la verdad. Si es culpable, Boluarte deberá renunciar y someterse a la justicia. Si sigue callando, la vacancia es el camino.
Frente a esos defensores que construyen n razones y explicaciones, queda decirles: " ni caviares, ni rojos, ni asesinos, ni Dina Boluarte".
Es hora de volverá tirar los dados e impulsar los cambios que haya que hacerse para llevar a cabo una transición prístina que conduzca a un proceso electoral que elija un nuevo Presidente y Congreso.
A votar bien y hacerse responsables de quienes elegimos o sino, a llorar a la playa.
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