Ayer comentábamos sobre lo que implica recibir una ayuda o un favor. Recordábamos lo que decía San Juan Bosco, algo que constatamos a diario. Nadie es tan rico como para no necesitar algo (aunque sea una palabra en la soledad del poder); como nadie es tan pobre como para no poder dar algo. Compartir de lo poco que tenemos es algo que pareciera impensable pero sucede y sucedió -por ejemplo- en los comedores populares, simbolos de la solidaridad entre los menos favorecidos.
Compartir es parte de la vida y recibir "un gracias" alimenta nuestra alma. Quien da, siempre recibe, de una u otra manera.
Hoy hay mucha gente que pasa dificultades de diferentes formas y pese a todo siempre encontrará a Dios en la mano amiga o incluso en la de un desconocido.
No seamos indiferentes al dolor ajeno ni menos seamos duros al juzgar al prójimo. Recuerdo alguna vez que tuve que corregir a alguien que se creía todopoderosa y ninguneaba a quienés ella señalaba como "fracasados". Nadie sabe lo de nadie.
El dar y recibir son parte de una misma moneda con la que transitamos en la vida. Así como pedimos, tenemos el imperativo moral de ser agradecidos y saber retribuir a quien nos apoyó o quizás al prójimo que nunca vimos antes.
Seamos gratos y devolvamos con creces lo recibido. Esos actos serán parte de nuestra maleta con la que haremos el Viaje Eterno, al término del cual tendremos que rendir cuentas ante el Altísimo.
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