Hará unos
minutos recordaba la conversación que tuvo mi madre con una señora vecina,
quien contaba que le había dicho a su hijo mayor que conservara la amistad de
la familia X pues eran personas con relaciones y poder. Qué pobre y triste
concepto de la amistad el de esta señora.
Han pasado los
años y poco o nada parece haber cambiado en el mundo. Mucha gente sigue
pensando en términos de “qué recibe uno” para guardar tal o cual amistad.
Tengo la suerte
de tener buenos amigos pero también lamento haber dejado de frecuentarme con varios
a quien consideraba como tales.
Visito a amigos de
hace más de cuatro décadas a los cuales frecuento con las mismas ganas que
cuando éramos niños o jóvenes. Sin embargo hay que decir que una amistad hay
que cultivarla y cuidarla como la más valiosa de las orquídeas. El respeto, la
consideración y la lealtad son factores para que amistades sean duraderas.
Sin embargo
debemos reconocer también que la vida es como un viaje en tren donde las
verdaderas amistades nos acompañan a lo largo de ese periplo. Habrá también
quienes nos acompañaran solo un tramo del viaje pero habrá también quienes
incluso nos socorran si tenemos que bajar del vagón de la vida. Es cierto que
el amigo verdadero estará con nosotros cuando necesitamos una mano o palabra salvadora
pero debemos tener presente también que hay que ser recíprocos y agradecidos.
La vida da vueltas y quizás pasado mañana ese amigo que nos apoyó requiera
nuestro apoyo y ahí debemos estar listos a su lado.
La fidelidad y
la lealtad son valores que a veces no son cultivados por las personas. Mal
antecedente que debemos tener presente a la hora de confiar nuestra amistad a
personas que no la merecen.
Finalmente, pese
a que la vida nos depara muchas sorpresas no dejemos que los avatares de la
vida condicionen nuestra forma de pensar y actuar. Tuve amigos que en momentos
de desgracia recibieron, al menos, de mí una palabra de aliento cuando estaban
en cárcel o en un hospital. Pasó el tiempo y dejé de verlos cuando ya la vida
les había sonreído de nuevo. Quizás tuve el sinsabor de no haber sido
reconocido pero como todo en la vida al menos quedó en mí la satisfacción de
haber obrado bien y estar tranquilo con mi conciencia.
El viernes
último despedí a un amigo que había partido a la eternidad. Lo sentí bastante
pero conversando con personas que habían ido a su sepelio pude recordar gratos
momentos que compartimos en largas conversaciones. La vida es efímera y uno
nunca sabe cuándo tenemos que partir. Hagamos la promesa de “vivir el día como
si fuera el último de nuestra vida”, tal como decía San Juan Bosco. Finalmente
seguiremos vivos en la memoria de nuestros amigos quienes nos recordarán por
nuestras buenas obras y nuestra amistad generosa y desinteresada.
No seamos como
la señora a quien recordaba al inicio. Las personas valen por lo que son, no
por lo que tienen.
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