Para aquellos que vivimos la fatídica década de los 80s recordamos lo que sufrieron los empresarios, en particular los del rubro gastronómico, a la hora de fijar precios y manejar sus costos. Muchos fracasaron en el intento de seguir operando y ello significó la quiebra y cierre de muchos restaurantes.
Con el resurgimiento de nuestra economía muchos lograron ser exitosos y los consumidores volvieron a salir a comer fuera de casa. Una pujante clase media llenó locales de franquicias, patios de comidas en centros comerciales y otros lugares. Ir a tomar café se convirtió en una posibilidad para cualquiera que quisiera pasar un buen rato.
Por 3 décadas las generaciones de consumidores se olvidaron de la preocupación que significó la inflación y sus consecuencias. Pese a algunos hipos, los precios se mantuvieron en un rango que permitió predictibilidad a la hora de fijar el precio de un menú o de los platos "a la carta".
Hoy volvemos a los tiempos de la inestabilidad y de las alzas de precios de los insumos y el bolsillo de los comensales no aguanta más alzas.
A los empresarios no les queda sino buscar menús alternativos, ingredientes más baratos, achicar las porciones o buscar proveedores con mejores precios. El otro camino no podría ser sino el cierre de decenas de restaurantes y la pérdida de empleo de miles de peruanos.
Entre tanto el desgobierno sigue, la incapacidad y corrupción cunde y las consecuencias de la improvisación en el tema de la úrea proyecta un escenario de no solo alzas en los precios muchos productos sino algo más grave aún, la escasez, mercados negros y hambre.
Un panorama que debemos evitar por el bien del Perú y ello implica la salida del comunista Castillo y sus socios.
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