Madre hay solo una aunque en algunos casos su rol es cubierto por un familiar cercano o incluso desconocido.
Son pocos los casos en los que una madre abandona a sus hijos. Ni la fiera más temible deja a sus cachorros pero en los humanos vemos algunos casos, rarísimos por cierto.
La madre es un ser único e irrepetible. Ni el padre llega a cubrir el espacio que podría dejar en caso de muerte prematura. Es capaz de los sacrificios más impensados, todo por amor.
Recuerdo en estos momentos cuando niño hacía una flor de papel crepé y una tarjeta hecha bajo la supervisión de mi profesor de la Primaria, las mismas que se las entregábamos en las ceremonias del viernes previo al Día de la Madre, donde no faltaban canciones, poemas y discursos.
Eran otras épocas cuando la madre era tal las 24 horas del día. Hoy por diversos motivos cumplen otros roles sin que dejen de ser las madres abnegadas. Los tiempos cambiaron y llegaron ciertas carencias que finalmente se suplen de diversas maneras. Hoy en muchos casos la madre es la profesional que cura, la vendedora ambulante, la campesina que siembra, la operaria que trabaja en una planta empacadora, la maestra de colegio o la oficinista. En todas esas facetas cumple un rol sin dejar de ser madre.
Mi madre falleció hace 23 años y siempre está presente. En los recuerdos, en los colores de los platos que solía preparar o en los dichos y enseñanzas que perduran en el tiempo. Su presencia nunca se ha ido como no lo habrá pasado en ningún caso de quienes recordamos hoy a nuestra madre ausente en la Tierra pero presente en nuestros corazones.
Ayer, hoy y siempre, la madre será la ministra de economía de la casa, la gerenta de logística, la coach de los hijos, la gerente de recursos humano, la ministra de Salud y Educación y también la secretaria de ética y disciplina.
A esa mujer abnegada le envío mi saludo en la memoria de mi madre Ana y de las millones de Anas, responsables de formar peruanos de bien.
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