El otro día escuché con cierto estupor decir a una joven que sería madre "solo cuando dejara de ser pobre".
Es cierto que la pobreza deja muchas huellas, no solo físicas sino lamentablemente emocionales así como oportunidades perdidas y vidas truncadas. Las estrecheces nunca serán deseadas y mucha gente las querrá sortear "no importa cómo".
Pero no siempre es así; ejemplos hay muchos casos que contradicen ello. Por citar cuatro; la familia Añaños, los Wong, Ricardo Márquez (que creció en Tres Compuertas en el Cerro San Cristóbal) y Silvio Vila, que vendió su auto con el que trabajaba como taxista y se convirtió con el tiempo en un próspero empresario. Todos ellos si hubieran pensado como la joven señalada, jamás hubieran formado una familia y menos hubieran tenido el incentivo de una pareja o hijos por quien superarse.
El dinero no hace mejores personas sino ayuda a ser tales a través de la educación, por ejemplo; pero no necesariamente tenerlo es condición para ser un buen ciudadano.
En las redes sociales se desató hace poco una discusión sobre "el tener" y los signos exteriores de ello. En buena hora que exista gente afortunada (en base a su esfuerzo y a un trabajo legítimo) y mejor aún si es generosa con el prójimo. Lo malo es que las riquezas sean producto de actividades ilícitas o por aprovechamientos indebidos.
No olvidemos tampoco que hay un círculo virtuoso alrededor de la producción de bienes y servicios "premium". Mucha gente tiene empleo y un ingreso gracias a ello.
La pobreza cuando impide que muchos tengan un mínimo ingreso que no permite que se alimenten o satisfagan necesidades básicas es condenable pero no generemos envidia ni actitudes de odio; como las que la izquierda radical provoca, no para mejorar las condiciones de las personas que la sufren sino para "llevar agua para su molino" y crear condiciones que permitan una explosión social que traiga más miseria y muerte.
Ni la vida con lujos es tan envidiable (como pareciera) ni la miseria debe ser afrontable eternamente. Superar ésta no es tarea del Estado sino sobre todo de nuestro empeño y perseverancia. El Estado coadyuva a través de programas y apoyos temporales; hacerlos eternos hace seres dependientes y sin libertad; como lo ha hecho el castrochavismo o el peronismo en Argentina.
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