martes, 9 de julio de 2019

LOS PASEOS POR LA PUNTA

Corrían los años setenta y la vida fluía muy diferente a lo qué es hoy.

Durante el verano íbamos a La Punta. A las 7:00 am de lunes a viernes (desde la quincena de enero y todo el mes de febrero) íbamos con mi tía Dora en su Packard plomo  junto con mi madre Ana, mi prima Lucha y su esposo Giovani, la hija de ellos, Giuliana y mi hermana Ana María .

Vivíamos en aquellos en Pueblo Libre y el recorrido era por la Av Brasil hasta La Marina, la cual recorríamos hasta el Callao. En aquellos años desde la avenida Sucre gran parte de la avenida La Marina tenía plantaciones de maíz, caña y hasta algodón y en lo que hoy es San Miguel habían establos de vacas lecheras.

El verano era muy marcado. El mes de calor era febrero, enero era neblinoso hasta con garúas y a partir de quincena del mes de marzo empezaba a fresquear. En aquellos años el año escolar empezaba el primer día útil de abril.

Nuestro destino era Cantolao, una playa de piedras y aguas frías y de corrientes fuertes y peligrosas.
Nunca estábamos más allá de las 9:00 am y tras ello íbamos a tomar desayuno a una antigua panadería punteña. Comprábamos panes franceses, queso Laive (el de antes) acompañado de sendos vasos de leche que mi madre llevaba en un Thermo, el de los firmes.
Hoy esa panadería cambió de dueño y su pan no es el de antes sin que no sea bueno. Hoy es La Flor de La Punta. El actual dueño también tiene un restaurante, La Cafetería, al lado donde prepara buenas pastas y otros menús.

La Punta sigue siendo el destino de muchos veraneantes y sus habitantes son orgullosos de vivir ahí pese a las amenazas de que un día un desastre natural destruya este balneario. Sus casas típicas y su malecón son un ejemplo que pese a todo la tradición puede sobrevivir a la modernidad.

Foto: Municipalidad de La Punta

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