jueves, 21 de marzo de 2019

NO ERAN TERMITAS

Cómo toda promesa es ley, aquí les paso a contar otra de las tantas anécdotas de mi niñez y juventud. No identificaré a los personajes por obvias razones pero cumplo en contar este relato tal cual ocurrió.

Dos hermanos, con alguna diferencia de edad, planearon un día hacer algo movidos por la curiosidad. ¿Qué pasaba al otro lado de la pared colindante con la casa de los vecinos? Era una pregunta que se hacían y a raíz de ello se “impusieron la tarea” de hacer un hueco en la pared de la biblioteca por dónde miraran al otro lado de la pared.
Para ello, consiguieron un fierro de construcción delgado y se pusieron manos a la obra. Fueron varias horas distribuidas en al menos tres días las que les tomaron en llegar al otro lado. No fue una tarea fácil, pero para su suerte no fue notada por el vecino y menos por su madre ya que el hueco en cuestión lo tapaban con un librero.

Al concluir “la auto impuesta tarea”, el menor de ellos sugirió taparlo debido a que podían ser descubiertos y tener que afrontar una reprimenda. Procedieron entonces a poner macilla y con un poco de cemento nivelaron la pared y luego la pintaron. Todo quedó cómo si no hubiera pasado nada, al menos desde su casa.
Sin embargo, ya los vecinos se habían percatado del hueco e inmediatamente fueron a hablar con la señora Ana, que así se llamaba la madre de los dos inquietos perforadores.

Muy mortificada la señora vecina exigió a la señora Ana ver el estado de la pared vecina, algo que no llegaba a comprender Ana. Dicho y hecho subieron a la habitación con el menor de los hijos pues el mayor estaba en ese entonces trabajando.
El jovenzuelo, aparentando sorpresa y molestia, desocupó el librero y procedió a moverlo de su lugar. La señora vecina pensó encontrar la entrada del hueco que desembocaba en su habitación pero cuál sería su sorpresa cuando vio la pared completamente en buen estado.
La señora Ana algo incómoda pero sin perder la compostura le hizo ver la aparente “impertinencia” del reclamo y dicho esto bajaron al primer piso. El hijo menor se quedó poniendo en orden los libros pero no dudó en decir lo siguiente, ”Vea señora, quizás sus propios hijos han hecho eso y no llegaron a perforar hasta aquí o será que hay termitas y éstas han hecho este hueco”.


La vecina había llegado muy molesta y se iba harto preocupada. La señora Ana, por supuesto, nunca supo qué había sucedido y los dos hijos “celebraron” no haber sido descubiertos y menos castigados. Ana era buena pero severa cuando debía serlo.

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