Cómo toda promesa es ley, aquí
les paso a contar otra de las tantas anécdotas de mi niñez y juventud. No
identificaré a los personajes por obvias razones pero cumplo en contar este
relato tal cual ocurrió.
Dos hermanos, con alguna
diferencia de edad, planearon un día hacer algo movidos por la curiosidad. ¿Qué
pasaba al otro lado de la pared colindante con la casa de los vecinos? Era una
pregunta que se hacían y a raíz de ello se “impusieron la tarea” de hacer un
hueco en la pared de la biblioteca por dónde miraran al otro lado de la pared.
Para ello, consiguieron un fierro
de construcción delgado y se pusieron manos a la obra. Fueron varias horas
distribuidas en al menos tres días las que les tomaron en llegar al otro lado.
No fue una tarea fácil, pero para su suerte no fue notada por el vecino y menos
por su madre ya que el hueco en cuestión lo tapaban con un librero.
Al concluir “la auto impuesta
tarea”, el menor de ellos sugirió taparlo debido a que podían ser descubiertos
y tener que afrontar una reprimenda. Procedieron entonces a poner macilla y con
un poco de cemento nivelaron la pared y luego la pintaron. Todo quedó cómo si
no hubiera pasado nada, al menos desde su casa.
Sin embargo, ya los vecinos se
habían percatado del hueco e inmediatamente fueron a hablar con la señora Ana,
que así se llamaba la madre de los dos inquietos perforadores.
Muy mortificada la señora vecina
exigió a la señora Ana ver el estado de la pared vecina, algo que no llegaba a
comprender Ana. Dicho y hecho subieron a la habitación con el menor de los hijos
pues el mayor estaba en ese entonces trabajando.
El jovenzuelo, aparentando
sorpresa y molestia, desocupó el librero y procedió a moverlo de su lugar. La
señora vecina pensó encontrar la entrada del hueco que desembocaba en su
habitación pero cuál sería su sorpresa cuando vio la pared completamente en
buen estado.
La señora Ana algo incómoda pero
sin perder la compostura le hizo ver la aparente “impertinencia” del reclamo y
dicho esto bajaron al primer piso. El hijo menor se quedó poniendo en orden los
libros pero no dudó en decir lo siguiente, ”Vea señora, quizás sus propios
hijos han hecho eso y no llegaron a perforar hasta aquí o será que hay termitas
y éstas han hecho este hueco”.
La vecina había llegado muy
molesta y se iba harto preocupada. La señora Ana, por supuesto, nunca supo qué
había sucedido y los dos hijos “celebraron” no haber sido descubiertos y menos
castigados. Ana era buena pero severa cuando debía serlo.
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