Los años 80s fueron años
perdidos, no cabe duda. Perdió el Perú, perdieron los peruanos. En aquellos
años empezaron a irse del Perú muchos buscando un mejor porvenir. Incluso aquellos que
gozaban muchos beneficios, incluso en demasía, gracias a trabajar en el Estado.
Miles de los que se quedaron
trabajando en empresas estatales, al poco tiempo, perdieron su puesto de
trabajo “de por vida” luego que el Presidente Fujimori sincerara la economía a
fin de combatir la feroz crisis heredada (y gestada desde el primer gobierno de
Belaúnde).
Algunos de los que perdieron su
trabajo aún no aceptan que ello constituyó un mal necesario. Sin embargo muchos
entendieron que fue “el costo” que tuvimos que asumir para que el Perú volviera
al rumbo correcto.
Las veces que he podido lo he
explicado en estos términos; fuimos víctimas al perder el puesto de trabajo y
todo lo que conllevaba ello pero fuimos
victimarios también pues las empresas estatales para las que trabajábamos eran
deficitarias e inviables económicamente y sobrevivían “gracias” a la maquinita,
al déficit fiscal y por cierto a la inflación que generaba lo anterior dicho.
Sin embargo, no solo perdía el
Perú como un todo sino los mismos trabajadores que en un número exagerado e
inútil poblaban esas empresas, muchas veces sin hacer nada. Exactamente como lo
digo literalmente; nada. Ello ocasionó un stock de capital humano que no estuvo
luego preparado para competir en un mundo donde primaba la empresa privada. Un
reflejo de ello fueron los miles de trabajadores que de oficinistas tuvieron
que trabajar en empleos menores como “choferes de combi”. No obstante hubo
muchos que sí fueron reabsorbidos por el mercado laboral e hicieron una
brillante carrera. Haciendo este hincapié quiero decir que en el Estado hubo mucha gente valiosa y trabajadora pero
también gente como el que referiré a continuación.
Sostengo que el peor costo que se
tuvo que asumir fue acostumbrarse a “trabajar de verdad”. Y cuándo me refiero a
ello se me viene a la memoria un entonces joven inteligente y despierto pero
que no supo aprovechar esas cualidades para bien.
Lo conocíamos por su nombre en
diminutivo. Era el típico empleado que le sacaba la vuelta a las pocas normas
que se cumplían en el banco donde trabajamos. La gran mayoría de veces llegaba
fuera de hora, trabajaba muy poco y la gran parte del tiempo se la pasaba
haciendo cosas personales o escabulléndose de los cobradores pues era un comprador
compulsivo desde comida que la ingería en horas de trabajo hasta cosas más
costosas pero que no podía pagar su costo pues su presupuesto no aguantaba
tanto despilfarro. Y no era que se ganara poco en esa entidad; 18 sueldos al
año más un sueldo extra (“sueldo ´pacto”) que se recibía por un acuerdo entre
los bancos y la Federación de Empleados Bancarios (FEB) amén de una serie de
beneficios como préstamos para comprar casa (más ampliatorios), un seguro
médico que cubría íntegramente lo que el Seguro Social no hacía y otros.
Por supuesto este joven al que me
refería también hizo uso y abuso de esos beneficios incluyendo por supuesto a
un sinnúmero de ampliaciones para “hacer mejoras” en su departamento, las
mismas que nunca se hicieron, por supuesto.
El joven al que llamaremos Carlos
tenía su pinta y era muy enamorador, a pesar de ser casado. Enamoraba hasta a
las señoras que vendían refrigerio en el banco y claro está a varias compañeras
con quien tenía algunos escarceos amorosos en la escalera auxiliar del
edificio. Así de irresponsable era.
Pero cómo nada dura para siempre;
el año 1991 fue fatal para él y para muchos. Quedó desempleado y con pocas
armas para defenderse. Cómo dice el dicho, en esos años “la calle era dura”. Carlitos
no se capacitó a pesar que el banco brindaba muchas oportunidades para hacerlo.
Las veces que tuvo oportunidades para ello, las desaprovechó; es por ello que
tuvo pocas armas para afrontar esta situación de crisis que tuvo que vivir.
Las relaciones que tuvo (“vara”)
lamentablemente las usó para salvar el pellejo cuando sus “vivezas” no podían
ser sostenidas o para aprovecharse de los beneficios que brindaba el banco
“gracias” a una tía que trabajaba en una oficina clave que tramitaba los
préstamos para remodelar la casa adquirida, también con préstamo del propio
banco.
Para los que añoran el Estado
Empresario y por ende el Estado como “gran empleador” vean lo que fueron los
años 80s. Claro está este caso que expuse no era una excepción sino uno de los
muchos que vi. Algo lamentable, como dije no solo para el Perú, los peruanos
sino para los propios “Carlitos” que desaprovecharon su vida a pesar de tener
las cualidades necesarias para ser exitosos.
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