La vida está llena de misterios, de hechos a veces sobrenaturales. Estos diez relatos cortos quizás logren convencerlos de que ello es posible.
Los personajes son de ficción y los hechos contados ocurren en Lima, en diferentes distritos y en distintas épocas. Algunos son contados en base a situaciones escuchadas de boca de ciertas personas a los que doy credibilidad y otros son adaptaciones , así como recuerdos de mi vida.
Espero que el siguiente relato les atrape y los incentive a hacer su pedido de este nuevo libro digital.
La PREVENTA será desde hoy 19 hasta 30 de junio.
El envío digital será el 27 de julio del presente.
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LLAMADA PÓSTUMA
-¿Edgardo?- sonó
al otro lado de la línea. No era a quien llamaban pero la curiosidad hizo que
Jorge le siguiera la cuerda a aquella desconocida. –Edgardo, soy Luisa. No me
cuelgues- suplicó la desconocida.
-No lo haré.
¿Qué deseas?- preguntó Jorge, en medio de recuerdos que venían a su mente como
latigazos.
Había pasado más
de 30 años desde la última vez que vio a Pilar en La Ballena. Fue una despedida
terrible, en medio de gritos y exigencias no correspondidas.
Luego de ello,
Jorge había decidido irse del Perú. El recuerdo de Pilar no lo dejaba vivir,
máxime que semanas después se había enterado de su suicidio.
-Edgardo, quiero
que nos veamos- dijo la desconocida. Jorge no se atrevía a contradecir a esos
pedidos. Así le había dicho Pilar pocos días de la fatal decisión; solo que
aquella vez Jorge le cortó abruptamente la llamada.
-Veámonos en el
Rovegno de Arenales- le dijo Jorge a la desconocida. No conocía mucho pues
acababa de regresar al Perú para vivir su
jubilación.
-Bien, nos vemos
a las 7 de la noche- le dijo la desconocida. –No demores, ya sabes siempre
fuiste un demorón. Retumbó ello en sus oídos pues así le reclamaba Pilar cada
vez que él llegaba con media hora o más de retraso a las furtivas citas que
tenían. En aquel tiempo, Jorge estaba casado, infelizmente casado con Elvira.
Esta vez Jorge
sí llegó temprano, sobre todo porque quería esperar a la desconocida y saber
quién era. Quizás era una broma pesada de algunas de las novias que dejó
plantadas antes de irse a los Estados Unidos. Sin embargo, descartó esta
posibilidad y más bien pensó tener la ventaja de saber que la tal Luisa vendría
con “el vestido negro que tanto le gustaba”, como se lo aseguró. Rara
casualidad, Pilar vistió un traje negro el día que la encontraron muerta en el
Mandarín, uno de los hostales a los que iban para disfrutar de la pasión que no
le daba su esposa Elvira.
Dando las 7 de
la noche, llegó la tal Luisa. Jorge no la conocía pero ella de frente se le
acercó y lo besó apasionadamente. –Edgardo, no has cambiado mucho. Sigues
igualito a Superman- le dijo.
Luisa no dejaba
de contarle sobre su vida, sus tristezas y lo mucho que lo había extrañado.
– Recuerdas el
año pasado que te desapareciste luego del viaje a Paracas. Fuiste malo conmigo-
, le dijo con voz grave.
-Luisa, te voy a
decir la verdad- le dijo Jorge. – Yo no soy el Edgardo que tú conoces. Es
cierto que me dicen Superman por mi parecido con él pero estás equivocada. Yo
acabo de regresar después de años al Perú. Yo no soy con quien fuiste a
Paracas- , le dijo todo ello sin parar.
- Edgardo, no me
mientas- le dijo Luisa. – Te he estado siguiendo desde hace semanas hasta que me animé a llamarte. No te volverás
a irte de mi vida- le dijo con un extraña mirada que le hizo temblar.
- Edgardo, te
tengo una sorpresa. He reservado una habitación en el Galaxy. Te aseguro que no
te arrepentirás, le dijo tocándole la entrepierna.
Luisa no era
fea. Todo lo contrario. Era una despampanante mujer de unos 40 años. Como a
Jorge le gustaban.
-Vamos, nos
espera el Uber- dijo mientras Jorge pagaba la cuenta. Tan solo lo que él había
consumido. Ella no había pedido nada.
-¿Dónde queda el
Galaxy? preguntó a Luisa. – No te hagas. Es el mismo lugar que siempre hemos
ido- le respondió.
Cuál sería su
sorpresa cuando llegaron. El Galaxy ocupaba el mismo lugar del Mandarín, tiempo
después del incendio que casi lo destruyó.
Entraron al
hotel. Quien llevaba la batuta era Luisa. Pidió la llave y tomaron el ascensor.
La pasión se desató apenas se cerró la puerta. El ascensor conducía de frente a
la suite principal.
-Ponte cómodo,
voy a cambiarme- le dijo Luisa mientras se iba al baño. Jorge no sabía qué
pasaba. Un Dom Perignon estaba helándose en una cubeta y dos copas esperaban
ser servidas. Así lo hizo.
Mientras el
contenido burbujeante esperaba por las bocas de los amantes, Luisa salió
exuberante en ropa interior. Jorge no salía de su asombro.
Brindaron a su
salud pero algo raro pasaba. Apenas Luisa alzó su copa, el contenido había
desaparecido antes de que llegara a sus labios.
Fue una noche de
pasión interrumpida solo unas extrañas llamadas al teléfono de Jorge. Provenían
de un extraño número de seis dígitos que ya no existían en Lima. 241229, era
aquel misterioso número.
-Señor, va a
seguir ocupando la habitación- preguntaba el empleado del hotel en el pasillo.
Eran as once de la mañana y Jorge ya no podía escuchar.
Tendido en la
cama, su cuerpo desnudo e inerme ya no pertenecía a este mundo.
-¿Hace cuánto que este señor llegó?, preguntó el Inspector Revoredo.
-¿Hace cuánto que este señor llegó?, preguntó el Inspector Revoredo.
–Está desde ayer
a las 8.30 de la noche. Llegó solo y dijo que si venía una tal Pilar, le
dejaran pasar- respondió el administrador del hotel, el Licenciado Arroyo.
-¿Y llegó esa
persona? retrucó Revoredo. –No señor, nadie vino. Hoy a las 11 de la mañana
abrimos la puerta porque nadie contestaba y encontramos el cuerpo sin vida-
dijo Arroyo.
-Bueno señor
Enrique Arroyo, le esperamos en la Delegación para tomarle su manifestación.
Espero que esta vez vaya sin haber consumido alcohol como ocurrió cuando se
suicidó esa señorita…Pilar Palacios. ¿Lo recuerda, no? dijo Revoredo con una
sonrisa cachacienta.
El equipo
forense estaba terminando de revisar el dormitorio cuando sonó el celular de
Jorge. Intrigado Revoredo tomó el aparato y vio la pantalla. Llamaban del
241229. El número lo intrigó así que decidió contestar. -¿Si?- preguntó
Revoredo. Del otro lado de la línea, una voz sensual respondió, - Edgardo te
estoy esperando. Hace calor aquí-.
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