Las manos de mi madre a lo largo
de su vida hicieron dulces, pasteles,
empanadas, panetones, galletas, entre tantas cosas ricas que hoy evoco con
nostalgia.
Con poco presupuesto supo hacernos
felices y muchas veces balanceó nuestro escaso presupuesto con la venta de empanadas y pastel de manzana en molde
grande. Recuerdo que estando en la primaria llevaba al colegio porciones de
queques y pasteles envueltos en papel manteca. Casi todo se acababa en la clase
donde el profesor era incluso mi cliente.
Pero había algo que nunca he vuelto a comer. Las quesadillas, que no era sino una cajita hecha con masa de empanada
rellena con chifón y queso parmesano. Como alguna vez dije la repostería
tiene sus secretos entre los que cito las medidas exactas, el procedimiento
riguroso, implementos y un horno en muy buen estado e ingredientes de calidad; a ellos agregaré
amor y experiencia.
La repostería no acepta errores.
El primero es el último. En ella se cumple exactamente el dicho “lo que mal empieza, mal acaba”. Es por
ello la rigurosidad que debe tener quien se dedica a esta actividad sea como
profesión o como hobby.
Esta vez no podré darles una receta aproximada de cómo hacer las
quesadillas. Hay un detalle que no lo recuerdo. ¿En qué momento y cómo
rellenar las cajitas hechas con la masa de la empanada, sin dulce alguno? Lo
demás es simple. Hacer el chifón es simple pero guarda sus cuidados sobre todo
al cernir los ingredientes y una vez lista la preparación se le agrega el queso parmesano hasta que se
diluya.
Se dice que los seres humanos
tenemos una “memoria olfativa” y no
dudo que ello se dé. Cuando paso por una panadería y huelo la canela en polvo, la nuez moscada, la vainilla Negrita y tantos
ingredientes que mi madre guardaba con devoción en su alacena; vienen a mi
memoria gratos momentos de mi niñez y juventud en los que fui feliz entre otras
cosas con los dulces de mi madre.
Tampoco olvidaré las mermeladas
de fresa, naranjita chinas y tomates; las que hacía con tanto gusto y que nos
servíamos no solo en el pan recién salido de la panadería sino con el yogurt que
ella preparaba con los hongos que alimentaba con tanta paciencia.
Hoy que el apuro de una vida sin
pausa, cobra mayor valor lo hecho por nuestra madre, en los años 60s, 70s y
80s. Con estrecheces y dedicación hizo grandes cosas, alegro la vida de muchos
y dejó un legado: “el amor inconmensurable que tuvo por mi padre y mis hermanos”.
Lástima que ya no me esperen las empanadas recién horneadas, ni las
galletas para el café, los suspiros y los panetones genoveses en la Navidad ni
tampoco las roscas de Reyes. Espero que haya la oportunidad en el Paraíso y que sobre todo acceda a él¡
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