Alguna vez un amigo suizo me dijo algo que no sé si fuera una feroz crítica a nuestra realidad o una sorpresiva constatación que hacía de la misma. "En el Perú pasan cosas en una semana, mientras que en mi país demoran décadas o quizás nunca lleguen a pasar. Aquí no me puedo aburrir" me lo dijo con una cara que reflejaba su innegable incredulidad.
Si este amigo volviera al Perú ya no hablaría de siete días sino hasta de horas y vaya que es así.
En 1982 fue estrenada una película llamada "El año que vivimos en peligro", un drama con mezcla de romance ambientado en 1965 durante la insurrección comunista contra el presidente Sukarno. La película habla de "un año"; qué largometraje se necesitaría para contar todas estas décadas en que he vivido en crisis permanente. Una tras otra que finalmente se resolvían de una forma impensable y otras veces el fin de una crisis
era el comienzo de otra.
A lo largo de mi vida fui testigo del golpe de estado de 1968 que fue la única salida para dar por terminado el caos que se vivió en el primer gobierno de Belaúnde. Pero el remedio terminó siendo peor que la enfermedad y se cortó por lo sano tras el pronunciamiento militar de 1975 con el que se inicio el proceso de descubanización cuyo primer hito fue la Asamblea Constituyente de 1978-1979 y concluyó con las elecciones de 1980 que dieron por ganador por segunda vez al presidente Belaúnde.
Sin embargo el regreso a la Democracia vino acompañado por una feroz crisis económica y el inicio de la subversión comunista que asoló el Perú por dos décadas. En aquellos años la inflación, corrupción y el terrorismo asolaron nuestra Patria y erosionaron sus bases morales.
En 1990 el Presidente Fujimori asumió el gobierno y lideró la resurrección del Perú hasta que en el año 2000 el gobierno implosionó. Desde aquella fecha el caviaraje se apoderó del Perú y pese a nunca ganar una elección terminó "gobernando" con los sucesivos gobiernos, todos embarrados en las miasmas y estiércol del más grande robo que ha ocurrido en el Perú (Lava Jato).
Pese a ello el Perú siguió creciendo y la pobreza empezó a retroceder de manera persistente hasta que un nuevo cáncer apareció en nuestra tierra (el antifujimorismo), el mismo que fue el causante del inicio de la caída del Perú. El punto de inflexión fue la elección de un mediocre comandante del Ejército, sucedido por un lobbysta que ofreció "un gobierno de lujo" y que tras 20 meses de francachelas dio pase a la sucesión constitucional de un corrupto genocida que terminó cerrando un impopular Congreso.
Pero como no hay crimen perfecto, este sujeto terminó siendo vacado por incapacidad moral y su sucesor no tuvo agallas para sostenerse ni una semana. La cobardía permitió el ascenso de un caviar sin mérito alguno. Lo único por lo que será recordado (entre ajos y cebollas) es haberle abierto las puertas de Palacio de Gobierno a un comunista ladrón e incapaz "gracias" a ilegalidades e ilegítimas elecciones.
Pero como no hay "mal que dure 100 años", el comunista luego de un fallido golpe de estado fue vacado y terminó con sus huesos en prisión tras 17 meses de raterías.
Lo que vino luego fueron semanas de subversión terrorista, continuos rumores de fin del gobierno de la sucesora Boluarte y una equilibrio precario que la mantiene aún como presidente.
Lo sucedido en estos últimos días refleja una derrota contundente del caviaraje (elección del nuevo Defensor del Pueblo) y a su vez una derrota de una batalla contra la corrupción (blindaje de los llamados "niños").
El primero producto de un acuerdo político y el segundo de un contubernio. Ambos han echado más fuego al encrispado acontecer político.
La incapacidad para reflexionar y llegar a acuerdos ha vuelto a "ponernos en peligro". La elección de la Mesa Directiva del Congreso dentro de algo más de dos meses, la inacción y el "trabajo" estéril de la Justicia y el descrédito de las Instituciones y sus caras visibles ponen de nuevo en entredicho la viabilidad del Perú.
La inseguridad, la crisis económica, la incapacidad de los gobernantes y la ausencia de resultados en la lucha contra la corrupción son los combustibles para que la ciudadanía termine no creyendo en nadie ni en nada; un escenario que por cierto debemos revertir.
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